Época: Africa
Inicio: Año 1941
Fin: Año 1943

Antecedente:
Llegan los americanos

(C) Emma Sanchez Montañés



Comentario

El resultado de la Segunda Guerra Mundial hubiera sido diferente sin la presencia norteamericana, sin el poderío de sus industrias, sin sus ilimitados recursos en materias primas y sin su generosidad a la hora de distribuir la ayuda.
Al final de la guerra, Estados Unidos contaba con un poderoso ejército de ocho millones de soldados -aproximadamente un 10 por 100 del total de hombres involucrados directamente en la guerra-. Su Ejército y equipo doblegaron a Japón y fueron pieza importante en las campañas de África, Italia y Francia.

Pero esa contribución directa no fue, ni de lejos, lo más importante para la victoria aliada en Europa. Desde el comienzo de las hostilidades -antes de declararse beligerante contra el Eje- hasta el final, Washington entregó a sus aliados armas, municiones, combustible, barcos, camiones, locomotoras, motores de todo tipo, pertrechos y alimentos por valor de 20.000 millones de dólares (Gran Bretaña, 62,8 por 100; URSS, 22 por 100; Francia, 8,8 por 100; China, 3,17 por 100; resto, 3,1 por 100).

Con tales medios hubieran podido equiparse 2.000 divisiones de infantería o 600 divisiones blindadas (seis millones de hombres con 130.000 tanques, 35.000 piezas de artillería autopropulsada y un millón de vehículos de todo tipo).

La tecnología norteamericana ofreció a sus aliados un nuevo armamento equiparable o superior al alemán (y no se toma en cuenta aquí la bomba atómica). Con los norteamericanos llega a África el bazooka, lanzador de cargas huecas capaces de traspasar cualquier coraza de tanque; el walkie-talkie, teléfono inalámbrico de gran utilidad en campaña; el jeep, pequeño vehículo todo terreno, duro, sencillo y muy fácil de reparar...

Pero ya antes, los ejércitos británico y soviético habían recibido millares de motores, de vehículos, de tanques. Gran Bretaña había sobrevivido al acoso alemán e italiano contra sus comunicaciones gracias a centenares de mercantes y destructores recibidos de Estados Unidos. De América le llegaron al Ejército británico los carros Grant y Sherman, capaces de medirse a los Mark IV alemanes, como Rommel comprobaría en África; también enviaron los norteamericanos excelente artillería pesada y magníficos cañones autopropulsados.

A partir de 1942 proporcionarían millares de cazas inicialmente tan buenos como los británicos o los alemanes y, posteriormente, mucho mejores. Finalmente, pondrían sobre el cielo europeo los elementos para una incontestable superioridad aérea: los grandes bombarderos, que convirtieron en montones de escombros industrias y ciudades alemanas.

En el mar, sus unidades pudieron competir con las mejores, tanto aliadas como enemigas, y, a partir de 1943, sus acorazados y portaaviones no sólo eran mucho más numerosos que los de los demás beligerantes, sino también superiores.

La operación Torch, debut del novel Ejército norteamericano en el frente occidental, constituyó una tremenda prueba. Hasta entonces se habían batido con bravura y desigual fortuna en Asia (Filipinas y Guadalcanal), pero aquello era un residuo de guerra colonial, técnica y tecnológicamente retrasada, por más que la endureciera el tesón combativo de los japoneses.

El debut fue terrible. En la primera embestida de las tropas alemanas de Von Arninm y Rommel, tuvieron los norteamericanos más bajas en Túnez que en seis meses de lucha en Guadalcanal. Al norte de África enviaron los norteamericanos unos 200.000 hombres y en tres meses sufrieron unas 20.000 bajas (4.439 muertos). Las cifras serían más elevadas en Italia y más en Francia y los Países Bajos.

En total, los norteamericanos tuvieron cerca de millón y medio de bajas -406.000 muertos-, entre el frente occidental y el del Pacífico.

Torch había costado unas 4.000 bajas entre ambos bandos (los franceses tuvieron 1.100 muertos y 1.400 heridos), que pasaron a ser aliados inmediatamente después.

En Francia, tal como todos habían previsto, la reacción alemana consistió en ocupar toda la zona gobernada por Vichy. La flota francesa, para no caer en manos nazis, se suicidó en su base de Tolón: ¡eran nada menos que 75 buques!